miércoles, 15 de septiembre de 2010

OBRIGADOS, LISBOA (I)





















Tras nuestra escapada a Úbeda y Baeza, decidimos darnos una vuelta por la "saudade" lisboeta, y allí nos plantamos el pasado 26 de agosto.
Vueltas y más vueltas por el pombalino trazado de la Baixa, por las cuestas empinadas del Bairro Alto, las callejuelas de Alfama y Mouraria, el estilo manuelino de los Jerónimos y la Torre de Belém, por las estancias palaciegas de Ajuda y las salas repletas de arte de los Museus de São Roque, Nacional de Arte Antiga y Calouste Gulbenkian. Deliciosos galões en el Café A Brasileira compartiendo mesa con Fernando Pessoa o en la recoleta Praça de São Domingos, almoços brasileiros junto a la Estação Central do Rossío y cenas rápidas en los Armazens do Chiado. Magníficas vistas desde el imponente Castelo de São Jorge o desde la terraza del decimonónico y caduco Elevador de Santa Justa.
Desde el primer momento te sientes como en casa, ciudad cercana y viva, alegre y cosmopolita, entrañable y acogedora, con el delicioso encanto del poderío perdido y de los barcos de ultramar que ya nunca volverán.
Desde aquí nos rendimos a la belleza y el encanto de una ciudad que nos cautivó el corazón y que bien merece muchas, pero que muchas visitas.

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